El confinamiento, la falta de rutinas, el estado de incertidumbre y la aparición del COVID-19 representan un factor de alto estrés y de malestar emocional para toda la población, pero, sobre todo, para aquellos más vulnerables emocionalmente. De hecho, muchas de las personas con patología mental están sufriendo, si cabe, aún más.
Es evidente que, en las próximas semanas, una vez pasada la cuarentena, los psiquiatras vamos a tener que enfrentarnos diferentes patologías asociadas a esta pandemia, y también al agravamiento de la sintomatología de algunos pacientes con trastorno mental.
El malestar psicológico puede predisponer a la aparición de cuadros de ansiedad y depresión, a un incremento de las obsesiones y de los rituales de limpieza, así como a fragmentación o a alteraciones del sueño. Además, en aquellas personas que han sufrido aislamiento a causa de una infección grave por covid-19, podrán identificarse trastorno por estrés postraumático o signos graves de estrés. Estas personas tendrán rumiaciones constantes e incontrolables acerca de las situaciones vividas, pesadillas, cambios en el estado de ánimo y alteraciones en las reacciones físicas y emocionales. Además, evitarán hablar de la situación vivida, así como realizar actividades o pasar por los lugares que le recuerden el suceso que para ellos ha sido traumático. Se podrán identificar también ideas de desesperanza acerca del futuro, dificultad en mantener relaciones interpersonales, mayor distanciamiento familiar, cierta anestesia de sentimientos, incapacidad para experimentar emociones positivas o para realizar actividades que antes resultaban placenteras.
No olvidemos tampoco el riesgo a padecer duelos patológicos. Esto puede ocurrir en aquellas personas que no han podido acompañar a sus familiares al final de sus vidas, que no han podido despedirse, que no han celebrado un funeral o que se han visto imposibilitados para compartir la tristeza con los seres queridos. Las ceremonias de despedida y acompañamiento permiten que los duelos se resuelvan con normalidad. En su ausencia, la tristeza se puede volver patológica y tiene el riesgo de cronificarse.
Otro colectivo importante, al que no debemos perder de vista, son los profesionales que han vivido de cerca toda esta situación. La sensación de impotencia, la sobrecarga, el miedo al contagio y la toma de decisiones difíciles desde el punto de vista ético en plena sobresaturación del sistema, les ha convertido en personas de riesgo para padecer ansiedad, depresión o síntomas relacionados con la sobrecarga y el trauma.
Y finalmente, el miedo: este es el virus más grave. Para muchas personas el miedo puede ser aún peor que la enfermedad misma. El miedo a volver a salir después de varias semanas de encierro, el miedo a contagiarse, la angustia de no saber lo que nos va a deparar el futuro… Muchas personas desarrollarán nuevas fobias a las que tendremos que enfrentarnos y tratar con especial delicadeza. Otras que ya antes presentaban tendencias hipocondríacas van a padecer un agravamiento de sus síntomas y necesitarán de acompañamiento psicológico.
Aún no sabemos hasta dónde la epidemia va a afectar a las personas desde el punto de vista psicológico, ni en qué proporciones, pero lo que sí es seguro es que los profesionales de la Psiquiatría y de la Psicología vamos a tener que estar más dispuestos a ayudar que nunca.
Por la Dra. Marina Díaz Marsá, directora del área Mind de Blue Healthcare.